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Otro día más se alzaba con los primeros rayos de luz providentes de la ventana entreabierta de su habitación por la cual corría una ligera brisa mañanera de esas que te invitan a desperezarte aspirando los primeros aromas que la naturaleza de Cork proporcionaba a cada uno de sus habitantes. Pino, tierra húmeda, madera mojada y pan recién horneado se mezclaba en el aire puro que embriagaba aquel espacio tan bien iluminado y repleto de espejos como fetiche innegable del joven que abrochaba uno a uno los botones de la camisa blanca que llevaba puesta desde hacía tan sólo un par de segundos, parte de su elegante vestimenta que a diario solía exhibir a donde fuera que pisase. Pocas veces se le solía ver portando arapos desaliñados o de marcas vulgares demasiado baratas como para querer despilfarrar su fortuna en eso.

Movimientos lentos, demasiado pausados para personas con tendencia a la prisa estresante de una gran ciudad, fue alzando la cabeza hasta cruzar la mirada con aquel reflejo que le devolvía el enorme espejo de pie que estaba situado en la parte derecha de la habitación, pasando la enorme cama negra -como el resto del mobiliario y complementos que hacían juego con el color de las paredes de la habitación- antes de llegar a la puerta que daba a su fabuloso servicio con ducha de hidromasaje y un hermoso jacuzzi de pizarra. Charles-Abraxas se encontraba preparado para afrontar un día más en su, ahora, eterna vida. Su mirada de depredador que denotó un leve estallido de fuego que iluminó sus verdiazules orbes oscurecidas por, aproximadamente, una décima de segundo. Tan sólo le quedaba colocar unas cuantas gotitas de su perfume para días lectivos sobre su cuello y muñecas, anudarse los dos botones de la manga de la camisa blanca, colocarse el chaleco negro y ya estaría listo porque con sus habilidosos dedos ya estaba anudando la corbata que, con una pasada de mano, lucía impecable sobre el blanco impoluto de la camisa.

···

Su limusina -ya conocida en todo el campus universitario- se detuvo justo en frente de la valla que separaba los verdes prados de la universidad del resto de terrenos frondosos sin cuidado alguno que pertenecía a la ciudad Irlandesa de Cork. Charles no tardó en bajar del auto para entrar en la fortaleza de su hermano, llegando hasta la recepción donde saludó a la secretaria atareada como de costumbre. Aquella mujer era una verdadera lagarta que le arrimaba su enorme pandero a James para que le subiera el sueldo o escalar puestos cuan trepadora. No se paró ni siquiera a charla -como le hubiera gustado a esa mujer- una sonrisa cínica de lo más falsa y un simple buenos días eran más que suficiente para comenzar el día. Siguió con su paso calmado ascendiendo por las escaleras hasta el siguiente piso y de ahí torció una esquina para presentir que alguien merodeaba por los pasillos en un horario inusual para todo alumno que debía estar asistiendo a clases pues, en Project V, no se aceptaban gandules que fueran a calentar la silla o que ni se presentaran directamente. Si ya de por sí entrar allí no era moco de pavo, pagar una suma interesante de dinero para no ir le resultaba estúpido y de perdedores. No obstante, no le quiso dar demasiada importancia, quien quiera que fuese ya se enteraría tarde o temprano pues allí no es que los secretos tuvieran un lugar seguro. Los rumores corrían más que la pólvora y las cámaras escondidas por todos los recovecos registraban hasta a los adolescentes más cachondos practicando sexo en los baños como si por ser un lugar privado no fueran a ser detectados.

—Serás estúpida, maldita sea...—

Esas palabras resonaron con fuerza en su cabeza debido a la potencia que la telepatía tenía en su mente. Sus pasos se detuvieron de forma brusca como si hubiera llegado al borde de un acantilado sin tener ni idea de que había estado caminando hacia su precipitación al vacío, una mano sostuvo el lateral derecho de su propio rostro a la vez que su cabeza se agachaba ligeramente y las yemas de los dedos ejercían una presión sobre su sien. ¿Lo había escuchado o su mente le estaba jugando una mala pasada? Sus fosas nasales se ensancharon con las siguientes respiraciones tratando de olisquear el entorno pero se olvió de que era un demonio, no un miserable perro sarnoso para rastrear olores. Volvió a avanzar como si nada, pasando de largo por aquel hueco de las escaleras, prosiguiendo con su camino.

— ¿Tan bajo has caído que ahora tienes que colarte en una institución privada y esconderte como una vil alimaña para poder verme? — la voz del castaño resonó suave pero con aquella frialdad tan característica suya. Parecía saber quién se estaba escondiendo y donde pese a que estaba parado dando la espalda al lugar sin intención de girarse para comprobar si su diagnóstico era certero. No lo necesita.

"Frase identificativa del personaje."

Por Tony en The Captain Knows Best

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Por Tony en The Captain Knows Best